El espacio que alberga la instalación se tensa al yuxtaponer la pieza con la envolvente de los muros, pisos y plafones que lo recubren. Tórax es un lugar construido a partir de polines, (madera utilizada principalmente como cimbra en las construcciones), que van creando una rítmica estructura oval: una construcción que nos recuerda al esqueleto costillar de una ballena, atrapada dentro del propio espacio donde se encuentra. El tórax se asienta frágil y sensible, un espacio que reprime y a la vez protege nuestros órganos vitales; entre prisión y cueva protectora. Es difícil saber si la estructura de madera en cuestión es el delicado inicio de una construcción (los puntales de una obra en proceso), o si es su ruina, lo que queda después del naufragio. La tectónica reductiva, pero explícita—en este caso, los polines de pino y sus juntas articuladas con fibras de ixtle—es un elemento clave en esta construcción. La disyunción entre la envolvente (el piso, techo y muros que lo contiene) y la construcción temporal interior, generan un espacio intersticial; un testigo de la fricción que existe entre la lógica constructiva y la obsesión arquitectónica. Gran parte de la autoconstrucción realizada hoy en día en la Ciudad de México es el resultado de una suma de conocimientos constructivos, cosmogonías, culturas, formas de habitar, aspiraciones y realidades que se han desplazado de todas partes del país para fundirse en estos asentamientos urbanos, creando una nueva arquitectura vernácula de las periferias que, como arquitectos, deberíamos reconocer y estudiar para así tener un entendimiento de las necesidades cambiantes y generar una contribución valiosa. Cuestionamos si la arquitectura tiene la capacidad de liberar y emanciparnos, o si en su ingenua aspiración ideológica, solamente nos hace prisioneros de su propio sistema.